Para México, un país donde cerca del 90% de la población es católica, el nombre y presencia del entonces papa Juan Pablo II, siempre generó gran expectativa en todas sus visitas, convirtiéndose así en el principal foco de atención nacional. Recuerdo que el papa acostumbraba realizar recorridos por las principales calles y avenidas de la Ciudad de México, a bordo de un vehículo con amplios cristales blindados, donde las filas de personas que aguardaban su paso resultaban interminables.
“México, siempre fiel…” una de sus frases más recordadas, muy acorde con los dogmas y sistemas de creencias para la gran mayoría de los mexicanos. El papa Juan Pablo II siempre demostró tener gran fe en Nuestra Señora Vírgen de Guadalupe, lo que le ayudó a gozar de una mayor popularidad en nuestro país.
Especialmente recuerdo una declaración suya en relación con el pueblo judío, quienes para él resultaban ser los “hermanos mayores, en la fe”, obviamente el trasfondo de la declaración generó gran simpatía y lazos de amistad duraderos con muchas comunidades judías, además de realzar el verdadero espíritu de la religión católica. Por situaciones como la anterior y su capacidad de brindar el perdón hacia los demás, considero muy acertada su canonización.
Existe una particularidad en la religión cristiana en general, y resulta que es la única en el mundo, donde a través del bautizmo somos reconocidos como hijos de Dios y por lo tanto hemos heredado su “capacidad creadora”. Existen muchas religiones, pero no comparten los lazos de unión espiritual con la Divinidad de manera tan clara y firme como la cristiana.