Es muy difícil escribir sobre la censura cuando constantemente te autocensuras.
La censura en Venezuela no existe. Los jóvenes de Caracas salen a “rumbear” (de fiesta) casi todos los días, beben botellón y también bailan demasiado reggaeton.
Vivo en una de las 10 ciudades más peligrosas del mundo y realmente preferiría una vida más tranquila y parecida a “The little house on the prairie”, que a esta llena de violencia y sobresaltos, más propia de un thriller, suerte de CSI protagonizado por Chuck Norris con Vendetta y dirigido por Tarantino.
Olvidé decir arriba que desde pequeño, en la casa, acá te enseñan sobre lo que no se debe decir, en orden de no exponerte a la inseguridad (robos, secuestros y otros). Esto es peor que la autocensura, es una castración de la posibilidad de comunicar hasta la alegría que te puede provocar, por ejemplo, un viaje, un vehículo nuevo o cualquier logro material.
Y los muchachos que salen de rumba lo saben: las heridas de bala son la primera causa de muerte entre los jóvenes venezolanos entre 15 y 24 años. Esto es vivir en constante estado de guerra. Según cifras confiables del sector asegurador, en 2010 hubo más de 17.000 homicidios en todo el país, unos 5.000 en el área metropolitana de Caracas. En Venezuela, la vida de los jóvenes está marcada por una pistola, detrás o delante de ella.
Hablar sobre la censura política requiere un capítulo aparte.
Por Sofía Lucía Barres-Isaac