¿Qué sucede cuando uno ha abandonado el agnosticismo para abrazar el más puro ateísmo… y luego escucha noticias sobre la canonización del antiguo Papa?
Por un lado, siento un profundo respeto, admiración y a veces envidia (por la paz de espíritu y demás) hacia los creyentes; crean en lo que crean. Supongo que tan solo como parte de “querer lo que uno no tiene”.
Pero, por otro lado, existe la institución. Y eso es otro tema completamente distinto. En el caso de la Iglesia Católica, se trata de una institución no solo con el obvio poder religioso y marcadamente ideológico, si no con un poder político enorme (recordemos que estamos hablando de una iglesia-estado), un poder económico superior al de muchos países (y no tan solo por el Banco Vaticano, ahora prácticamente un paraíso fiscal), si no directamente un poder sobre las masas a nivel global.
La misma institución que promueve valores morales universales, como la prohibición del uso del condón en las zonas de África donde millones de infantes mueren de sida.
No, yo no tengo absolutamente nada en contra del creyente, del religioso, del practicante, del…
Lo que me hace hervir la sangre es la institución en su estado más puro.
Y para un agnóstico; para el que no existe un más allá, la canonización de Juan Pablo II aparece tan solo como un proceso burocrático, un paso más con tal de seguir legitimando, y por qué no, promoviendo con una campaña de marketing milenaria, una institución como cualquier otra.
Por Ferran Masip-Valls