Estados Unidos, “país de la libertad” por antonomasia. En cualquier caso, resido en Nueva York, ciudad poco representativa de este lugar. En realidad, se entiende al Yanki como una cultura única. Para que nos entendamos, poco tienen que ver un finlandés con un italiano. En otras palabras, poco tiene que ver uno de Alabama con uno de Michigan. Pero comparativas aparte, Nueva York es, particularmente, una burbuja cultural en Estados Unidos.

En cualquier caso, la libertad de expresión es un concepto extremadamente relativo en esta ciudad (¿dónde no lo es, en realidad?). Pongamos por ejemplo una escena cualquiera. Si mañana cojo el metro, y entra en él un tipo de dos metros y medio vestido tan solo con un tutú rosa y con la cabeza cubierta de flores, los ocupantes del metro le prestarán atención una media de unos cinco a diez segundos. Después de eso, nadie más se percatará de su presencia. Yo mismo le ignoraría.

Nunca he visto tal extremo de, por llamarlo de algún modo, “libertad de expresión”.

Pero eso también, y es importante remarcarlo, creo que es fruto de un marcado individualismo y un “a mí me da igual que te mueras” hacia el otro, en esta ciudad. Es una ciudad de paso, una ciudad que acumula soledades. Y eso lo permite a uno ser lo que quiera, y hacer lo que quiera.

Ahora bien… Estamos hablando, al mismo tiempo, de una cultura descendiente del más extremo puritanismo, una cultura que basa gran parte de su día a día en lo “políticamente correcto”. Si bien nuestro hombre del tutú no atraería muchas miradas (por la aceptación de lo bizarro en gentes ajenas), existe un ejemplo de algo “políticamente in-correcto” en estados unidos para lo que incluso le han dado siglas: PDA. Public Display of Affection. En otras palabras, Demostración Publica de Afecto. En otras-otras palabras, la gente no mirará con malicia al tipo de dos metros y medio en tutú, pero considerará que una pareja de veinticinco años en el metro besándose apasionadamente está haciendo algo “malo”, algo “incorrecto”, ya que ese no es “ni el modo ni el lugar”.

Por ello, más bien diría que esta ciudad, y este país, tiene sus propias normas conductuales y sus espacios culturales para cada cosa… como cualquier otra cultura o país. No me parece ni positivo ni negativo, ni admirable ni despreciable. Simplemente, es una expresión más de las normas no escritas de cualquier cultura. Eso sí, aceptando que esto sea de dicho modo, entonces también aceptemos que en ese sentido no es el “país de la libertad (de expresión)”, más o menos que tantos otros países occidentales.

Por Ferran Masip-Valls