Se trata de un tema un tanto peliagudo. Yo, personalmente, para que voy a mentir; cuando debo estar en algún lugar a X hora, termino llegando a X+Z.
Z es un valor que vendrá determinado por: bien si me he quedado dormido, bien si me da extrema pereza salir de casa o tengo cualquier tontería que hacer, bien si los metros funcionan bien ese dia y en ese momento dado (lo cual no es muy frecuente, en Nueva York), o bien cualquier variable Y no constante y siempre aleatoria. Por lo tanto, Z no es un valor estable, Z puede cubrir un margen entre un par de minutos y un par de horas. Por lo tanto, dada la ecuación X=Z+Y, podría decirse que, si tu y yo hemos quedado en un lugar a X hora, yo podría ser puntual, llegar tarde, o llegar en un punto determinado cercano al infinito (lo cual equivaldría a que, amigo, no voy a venir aunque te dijera que si).
Aquí, supongo que la genética no perdona, soy español, y es algo que viene siendo cultural y también resultado de una generación. La vertiente cultural, digamos que no hace falta explicarla con detalle, o en otras palabras, “simplemente es así”, y además como cualquier cosa que se atribuya a “lo cultural” no es aplicable a todo el mundo.
Ahora bien, ¿a que me refiero con generacional?
La puntualidad, aunque directamente no nos demos cuenta, es algo estrechamente relacionado con los medios de comunicación interpersonal. Y ahí es donde ha hecho mucho daño la telefonía móvil. Antes, uno, o bien se encontraba en casa al lado de la línea fija (o un equivalente), o bien estaba virtualmente desconectado del mundo. Ahora, uno está permanentemente ligado a ese mundo a través del móvil. En otras palabras, uno sabía que si el otro salía de casa hacia el lugar de encuentro, no habría modo de contactarle más allá de realmente ir a ese lugar. Ahora, uno puede quedarse dormid, y luego llamar al otro – que lleva 20 minutos ya esperando – y decirle “oye, que lo siento, que se me ha reventado la caldera, pero que ahora salgo, que llego en 30 minutos, lo siento”. Y tan tranquilos, todo justificado.
En Nueva York, todo eso se exagera. Y queda sumado, a todo ello, el factor “distancias y metros”. Uno puede ir a ver a un amigo a tres calles de casa, y ningún problema. Pero uno también puede ir, por decir algo, de un extremo en Long Island o Bronx, a otro extremo en Queens o Brooklyn. En ese caso, deberá hacer transbordo unas tres a cinco veces entre distintos medios de transporte, y según la calidad de la circulación ese día y el tiempo de espera (que no se puede controlar), uno puede tardar entre poco menos de dos horas y algo más de tres horas i media en el peor de los casos. En otras palabras, incluso con la mejor de las intenciones, y una clara tendencia a ser puntual, llegados a cierto nivel de “distancias y metros”, el factor puntualidad desaparece por naturaleza.
Por Ferran Masip-Valls