Desde pequeña, por alguna razón siempre me he sentido una exiliada de los grupos, las costumbres o usos de moda y lo que llamamos “mainstream”.
En el colegio eso lo resolvía fácilmente con la fiel compañía de mi osito de peluche favorito, pero luego con la adultez y sus vaivenes, ha sido un poco más difícil sobrellevar mi condición espiritual y emocional de ser (o tal vez sólo sentirme) una ‘rara avis’.
La inseguridad en Caracas obliga a la mayor parte de los habitantes de esta ciudad a “exiliarse” en su propia casa después de las siete de la tarde. También la intolerancia política es un factor que ha disgregado a la sociedad venezolana en grupos de exiliados en Miami, Houston, NYC, España, Colombia, Perú…
Las razones por las que el alma se exilia suelen variar de persona a persona, pero las que me han llevado a ser una expatriada espiritual empiezan por la partida -ya casi- total de Venezuela de ese limitado número de personas que se pueden llamar amigos, esos con los que Benedetti decía que se puede contar hasta diez…
Luego está la decepción que provoca una ciudad cada día más violenta, menos amable y desde luego, menos culta. Además influye mucho la impotencia de vivir en uno de los países con mayores ingresos petroleros del mundo, pero con uno de las más bajos índices de transaparencia en las finanzas públicas.
Para lidiar con los efectos emocionales de un alma exiliada, les regalo una frase que inventé para visualizar mi perspectiva en relación con mi situación; “América es mi lugar y por los momentos, Venezuela es mi castigo…”
Por: Sofía Lucía Bares-Isaac