Siguiendo la influencia de las universidades gringas (o sea, de Estados Unidos), los planteles regiomontanos promueven el deporte en sus campus.

Es normal que cuenten con pistas de atletismo, gimnasios, piscinas de competencia, canchas de basquetbol, de futbol americano o inclusive estadios de futbol soccer profesional. Hay espacios para que los alumnos interesados en una disciplina deportiva puedan practicarla. Para algunos, la “cascarita” (partido de futbol) de fin de semana es obligada.

Hay algunos planteles que incluso exigen a sus alumnos participar en actividades extra curriculares como requisito para completar sus créditos.  Así que aunque también existan actividades artísticas, muchos estudiantes eligen entrar a equipos de atletismo, básquet, futbol, inclusive break dance.

Sin embargo, comparado con Estados Unidos, el deporte no es la estrella de la universidad.  Es cierto que hay representativos de varios deportes y que compiten en torneos intramuros contra otros centros, pero nunca a un nivel que desate furor popular como el básquetbol o el futbol americano colegial del vecino del norte. Bueno, el futbol americano colegial mexicano tiene su público, pero la gente prefiere más ver la NFL. Además, las universidades promueven pero no patrocinan el deporte; ser buen atleta no garantiza la estadía en el campus.

Para los alumnos que llegan a las olimpiadas o panamericanos simplemente es coincidencia que sean estudiantes de tal centro, si es que lo son. Y de todas formas, a no ser que sea futbol, pocos logros deportivos de atletas mexicanos desatan furor entre la gente, o no se les promueve como deberían. Sí, es cierto que la Universidad Autónoma de Nuevo León es la casa de los Tigres, un equipo de soccer de Primera División, pero… ¿cuántos jugadores son alumnos de la casa de estudios? Prácticamente ninguno.

Diríamos que en las universidades regias el deporte se promueve pero como esparcimiento, como complemento, no como meta.

Por Jorge Lavalle