If a man isn’t willing to take some risk for his opinions,
either his opinions are no good or he’s no good”.
(Si un hombre no está dispuesto a arriesgar nada por sus ideas,
o sus ideas no valen nado el que no vale nada es él).
Ezra Pound
Yo nací en Pamplona, España. Desde chiquita crecí en una familia en la que la política era un tabú. Creía que era algo normal, pues en muchos lugares se hacía difícil poder entablar una conversación pacífica sin perder la noción de respeto. “Estado fascista”, “policía asesina”, son algunos de los carteles que, al igual que en muchas otras poblaciones de Navarra y de País Vasco, aún pueden leerse en los muros de las calles.
Cuando con trece años viajé por primera vez a la capital española, creí que la situación sería distinta, y sin embargo no distaba mucho de la situación en mi región en lo que a libertad de expresión se refería. Ser navarra o vasca no era una buena publicidad. Algunas personas me preguntaban si tenía granadas en mi mochila, y si era verdad que era peligroso vivir en un estado de pánico constante. A mí me daba la risa, mientras iba descubriendo lo nocivos que pueden ser a veces los medios de comunicación al vender una imagen que no es la real.
Recién cumplidos los 19, me fui a trabajar un verano a Napoli, la capital del “Mezzogiorno italiano”. La ciudad desprendía vida por todos y cada uno de sus poros: el olor a fritanga de las pizzerías, el rumor de las vespas, o los vibrantes colores de los muros. Sin embargo, la “legge della omertà” no permitía a nadie hablar acerca de la Camorra. Sólo algunos valientes como el periodista Roberto Saviano lo intentaron, y ahora no pueden prepararse un “caffè” sin que sus escoltas lo sepan.
Ahora llevo dos meses viviendo en Santiago de Chile. Son muchos los que protestan por la falta de libertad de expresión, por la dictadura que ejercen los medios principales de comunicación, por la falta de verdadera información a la población.
En todos y en cada uno de los países del mundo hay distintos motivos por los que reclamar el derecho a la libertad de expresión. Los prejuicios los creamos nosotros, ciudadanos del mundo, a través de la información que recibimos, buscamos y difundimos. Por ende, es responsabilidad de todos, pero aún más de los profesionales de la Comunicación, el ser veraces y conscientes de la responsabilidad que acarrea esta profesión. Puede que la verdad, como en el caso de Saviano, no siempre acarree consigo una libertad física; sin embargo, su ejemplo refuerza la idea de que la libertad de expresión y de pensamiento es posible.
Por Amelia Escala