En ocasiones demasiado grande, demasiado pequeño en otras, el tamaño es la medida de todo en Washington.
Con menos de un kilo, el Mac Book Pro es el ordenador portátil por excelencia en Estados Unidos. Todo el mundo quiere tener uno, y quien no lo tiene no es ‘cool’. Lo más extraño de todo eso es que, repito, sólo pesa unos 800 gramos, y es toda una éxito para la cultura norteamericana.
Una excepción para una cultura donde lo importante (además del precio) es el tamaño. Coche, casa, jardín, hamburguesa, calle, pasta de dientes, el vagón del metro, champú… todo es de un tamaño desproporcionado al uso corriente y a la capacidad humana.
Un compañero me contaba que en los partidos de la NBA una importante marca de comida rápida apuesta a ver quién es capaz de comerse una hamburgesa de 20 libras. El tipo estaba seguro de que iba a ser capaz de comérsela –me contaba mi compañero–, y lo estaba porque ya se había comido antes una de 25.
Caminando por Washington a veces me pregunto cuánto tiempo tiene que tener alguien para ordenar y limpiar una casa tan grande, y aún así la gente necesita más espacio. Pero donde se ve más claro es en los coches. No sólo tiene que ser de una escala mayor, sino también más rápido, más cómodo y, sobre todo, más fácil de conducir. Tanto que mucha gente ha perdido el encanto por cambiar de marcha o pisar el embrague en coches automáticos.
Lo mismo sucede, cuando ves un jardín bien cuidado, con plantas en flor y los arbustos recortados con figuras, no es raro pensar que es porque está compitiendo con el vecino de la acera de enfrente, que tiene una podadora de mayor potencia o el último modelo de un cortacesped John Deere.
Así, Washington a veces te hace sentir el síndrome de Alicia antes del país de las maravillas, a veces demasiado pequeña para la inmensidad, y otras demasiado grande, cuando el mundo no es suficiente.
Y aunque nada parezca que está hecho a medida, prefiero la segunda parte, cuando esta gran ciudad te deja pensar que o nos comemos el mundo o nos vamos a quedar con hambre, como el hombre de la hamburguesa de 25 libras.
Irene Larraz,
Washington, DC