[slideshow]El 8 de diciembre de 1980 a las 5 pm alguien paró a John Lennon para pedirle un autógrafo. Seis horas después le dispararía.
Yoko Ono recuerda que su madre provenía de una familia de mucho dinero, y que le hacía sentir inseguro a su padre. Le hacía ir con chófer al banco donde trabajaba y él se bajaba dos bloques antes de llegar a la oficina y caminaba para que nadie le viera con conductor.
A sus 35 años, Sean Lennon confiesa que solía hacer lo mismo cuando su madre le enviaba en limusina al colegio.
Yoko Ono dice que debe ser la memoria almacenada en el ADN lo que condujo a su hijo a la misma experiencia. La misma que experimentó John Lennon al encontrar en Manhattan un respiro a estar bajo el gran ojo cada vez que bajaba de un coche.
La opresora sociedad inglesa a la que jamás volvió, según sus cronistas, quedó atrás después de conocer Manhattan. La sensación de libertad, de pasar desapercibido, es la que al final atrajo a Lennon hasta la muerte.
Delincuencia, anonimato y arte fueron los ingredientes para que el beatle desarrollara un ambiente bohemio en el que compartir sus ideas y su música de una forma libre.
Dicen que Ono y Lennon eran unos grandes conocedores de las opciones que ofrecía Nueva York las 24 horas del día. Hicieron de Manhattan su hogar, alejados de los autógrafos y del espectáculo agobiante.
El 8 de diciembre a las 5 pm alguien le paró para pedirle un autógrafo. Probablemente ni se fijó en quien era. Nadie sabe si seis horas después, a su regreso a casa en el lujoso edificio Dakota, Lennon reconoció la cara del hombre que le dispararía.
Chapman había llegado a Nueva York una semana antes y se había alojado en el hotel Sheraton Center. “Mr. Lennon”, le gritó Chapman cuando Lennon bajó de su limusina, momentos antes de dispararle.
“Lennon se tambaleó y avanzó hasta seis pasos en el vestíbulo. ‘Me han disparado’, dijo antes de desplomarse en el suelo”, cita el Chicago Tribune un día después del asesinato.