Hace unos cuatro años fui a trabajar a China, durante unos cuantos meses. Era en un “pueblo” (ellos llamaban pueblo a una ciudad de 5 millones de habitantes) llamado Kunming, en la provincia de Yunnan, completamente en el Sur. Se trata de una ciudad en la que conté, al cabo de los quizás cuatro meses que viví allí, un total de menos de un centenar de occidentales. Bastante peculiar.
Al segundo día me compré una bici. La aparqué en el garaje debajo de casa, muy contento yo con mi nueva adquisición. Era un cacharro de segunda mano, hecho con piezas de piezas de pedazos de otras bicicletas.
Al tercer día me desperté, bajé a coger la bici para salir a dar una vuelta; y ya no estaba. Así que salí a la calle y al cabo de un par de minutos, vi a un tipo montado en mi bici paseando por allí. Maldito hijodeputa… Así que me puse a perseguirlo, gritándole. Sabía que era mi bicicleta, al fin y al cabo, era una bici hecha con piezas de piezas de pedazos de… bien, bastante única, en un sentido más bien negativo, pero inconfundible al fin y al cabo.
Total, gritando al tipo, finalmente se gira y me ve el rostro. El rostro peludo y extraño de un occidental en el pueblo. E inmediatamente empieza a reírse. Y me doy cuenta de la situación. Así que empiezo a gesticular y a hacer ruidos y balbucear como un retardado, mientras la gente empieza a congregarse a nuestro alrededor. Señores, yo no hablaba mandarín. Así que el tipo empieza a hablar a voces y a reírse, junto a los espectadores, del señorito occidental allí plantado.
En breve llegaron un par de policías que paseaban por allí, al ver el corro de gente que se había formado alrededor de quien conducía mi bicicleta y de mi mismo. Nuestro ciclista se puso a hablar con ellos en maravilloso mandarín, mientras yo me encontraba rodeado por medio centenar de personas mirando al “occidental haciendo ruidos extraños y gesticulando hacia una bicicleta”. Ya era consciente, a esas alturas, de lo bizarro de la situación, e imaginaba al ciclista diciendo algo así como “no se que hace este tarado occidental, se ha puesto a seguirme y gritarme y no se que le pasa con las bicicletas” mientras seguía montado en la bici que debía de haberme robado pocos minutos antes. Finalmente, sacaron una libreta y un boli de no se bien donde. Me la dieron, y me hicieron el gesto de “escribe”. Desconozco exactamente qué les llevo a pensar que mi incapacidad de hablar mandarín no iba a afectar mi capacidad de escribir mandarín. Abandoné el corro, sin bicicleta y sin dignidad.
Y me propuse, aunque solo fueran cuatro meses, aunque quizás nunca regresara a china; me propuse aprender lo suficiente del idioma como para comunicarme, como para ser capaz de transmitir un mensaje más allá de la gesticulación y los balbuceos. Ya que en última instancia, la retorica de cualquiera podía destrozar aquello que yo intentara decir. Ya era la idea inicial el aprender el idioma, pero este acontecimiento reafirmó la sensación de base.
Y lo conseguí.
Por Ferran Masip-Valls
One response to “Lost in Translation”
Aprender mandarin debe ser dificil. Pero te felicito.