Posted September 8th, 2011 at 12:29 am (UTC+0)
Un par de años después del ataque del 11-S, me fui a trabajar a Yunnan, al sur de China. Por esas cosas, tuve que hacer escala en Bangkok, donde paré unos días.
Salgo del avión, solo, con mi mochila. Imaginadme, pantalones cortos tejanos, camiseta negra, zapatillas deportivas. Recojo mi maleta, ningún problema. Me acerco al control de seguridad, y un buen hombre me dice, más con signos que otra cosa (no, no tengo ni idea de tailandés) que me aparte de la salida, que vaya con él. Vale, ningún problema.
Me fijo en mi situación. Como siempre, andaba yo ensimismado en mis cosas, así que no me di siquiera cuenta del grupo con el que estaba saliendo. Ahora sí: tres hombres con barbas bien largas, turbantes y vestidos de cuerpo entero, con sus correspondientes maletas. O lo que, después del 11-S, se reconoce mundialmente como perfil del terrorista. Y yo. Un grupo de cuatro.
En ese momento llevaba barba mal afeitada. No soy siquiera moreno, más bien castaño. Eso sí, piel morena – tipo mediterráneo. En Europa nunca me sucedió, pero en el extranjero alguna vez me preguntaron si era Sirio, o Libanés, o que se yo. Tiene su lógica, en realidad, Musulmanes hay de muchos tipos étnicos.
Total, nos meten en una sala repleta de escáneres, nos cachean, meten nuestras maletas en rayos X para después empezar a abrirlas. Los tres tipos con turbante hablan y discuten entre ellos. Yo… Bien, yo me estoy en un rincón y buenamente espero a lo que tenga que ser. Me imagino que para entonces se darían cuenta de lo que era dolorosamente obvio para mí; que no iba con ese grupo. Me dicen que puedo irme, que puedo seguir con lo mío – que puedo no perder más horas allí. Me siento mal por los tres tipos. Entro en la aplastante humedad de Bangkok.
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Hace unos meses mi madre me visitó durante unos días en Nueva York. La mujer había estado en la ciudad más de veinte años atrás – de hecho, conmigo. Curiosamente, una de las pocas cosas que recuerdo de ese viaje son las torres gemelas. Bien, en cualquier caso, el hecho es que mi madre, el ultimo día, me comentaba: “Si, es una ciudad increíble, lo es. Pero, no sé, creo que lo que más me ha impresionado es ver a los aviones pasar entre los rascacielos”.
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Por un lado, es inevitable y evidente el hecho de que el 11-S cambió el mundo, el modo en cómo se gestiona la seguridad internacional, pero también como se percibe “al otro”. Al no existir una gran potencia como enemigo, ese “otro” se difumina y se convierte en un “cualquiera”. Y eso es peligroso. Por otro lado, es como poco curioso como pequeños momentos de inflexión en la historia – y el 11-S es indudablemente uno de ellos – cambian completamente la percepción del mundo, el modo que tenemos cada uno a nivel individual de concebir y intentar, muchas veces en vano, comprender aquello que nos rodea.
Por Ferran Masip-Valls